Carolina Harboe

Bread by Mae Mu

El pan y los cereales – una mirada crítica pero afectuosa

Hay algo entrañable en el pan. Su olor al salir del horno, la textura crujiente o esponjosa según el tipo, el recuerdo de una tostada compartida en el desayuno o de un bocadillo preparado con mimo. En muchas culturas, el pan y los cereales no son solo alimentos: son símbolo de hogar, de historia, de comunidad. Pero detrás de ese vínculo emocional, vale la pena mirar con más detalle qué implicaciones tiene su consumo para nuestra salud.

Cuando hablamos de harinas solemos pensar en el trigo, y con razón: es el cereal más cultivado y consumido del mundo. Pero hay una gran diversidad de cereales, cada uno con perfiles nutricionales distintos. Entre ellos encontramos:

  • Trigo: y dentro de él, variedades como el trigo común (Triticum aestivum), el trigo duro (Triticum durum, usado en pastas), o el trigo espelta (Triticum spelta), una variedad ancestral que muchas personas consideran más digestiva, aunque no exenta de gluten. Mi variedad de trigo preferido es el conocido como Kamut o trigo Khorasan que aún tiene gluten pero que, con un buen fermento de 24-48h, puede quedar casi exento de esta proteína tan polémica.

  • Avena: rica en betaglucanos, una fibra soluble que se ha demostrado contribuye a reducir el colesterol LDL y modula la respuesta glucémica.

  • Centeno: aporta más fibra que el trigo, y su pan suele tener un índice glucémico más bajo.

  • Cebada, mijo, sorgo, maíz, arroz, teff, quinoa (pseudocereal): cada uno con propiedades particulares, sabores distintos y potenciales aplicaciones en una dieta variada.

Hace unos días, se me invitó a hablar sobre los beneficios nutricionales del pan y los cereales, así que tengo la lista fresca en mi cabeza.  Consumidos en su forma integral, los cereales pueden aportar:

  • Fibra: clave para la salud intestinal, la saciedad y el control del colesterol.

  • Vitaminas del grupo B, esenciales para el metabolismo energético.

  • Minerales como el magnesio, zinc o hierro (aunque la biodisponibilidad puede variar).

  • Antioxidantes y compuestos fenólicos, sobre todo en el salvado.

Numerosos estudios epidemiológicos asocian el consumo de cereales integrales con un menor riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2 y ciertos tipos de cáncer.

Aunque los cereales tienen beneficios, hay aspectos que requieren atención individualizada:

  • FODMAPs y fructanos: el trigo es una fuente importante de fructanos, un tipo de carbohidrato fermentable que puede causar síntomas digestivos en personas con algún tipo de SIBO (para saber más sobre SIBO, te invito a leer la entrada del mes pasado sobre Disbiosis). En estos casos, una dieta baja en FODMAP puede ser útil de forma temporal y supervisada.

  • Gluten: en personas con enfermedad celíaca o sensibilidad al gluten no celíaca, el consumo de trigo y otros cereales con gluten (aún en muy pequeñas cantidades) puede causar inflamación, daño de la mucosa intestinal y síntomas multisistémicos. Otras personas con problemas de sistema inmune como, por ejemplo, enfermedades autoinmunes, pueden disfrutar de cierto alivio al retirar el gluten de su dieta a igual que se postula en casos de espectro autista, depresión, estreñimiento, deportistas, fibromialgia etc.  Para la mayoría de personas sanas, el gluten no representa un problema. Si quieres probar una dieta sin gluten, no hace falta que elimines todos los cereales ni que dejes de comer pan.  Puedes usar harinas de alimentos que naturalmente no contienen gluten como el arroz, mijo, maíz, quinoa, trigo sarraceno, almendra, coco, garbanzo, avena sin gluten…

  • Antinutrientes como las lectinas, el ácido fítico o los taninos, presentes en algunas capas del grano. Aunque pueden dificultar la absorción de minerales, su efecto real en el contexto de una dieta equilibrada no suele ser clínicamente relevante, y técnicas como el remojo, la fermentación o el cocinado los reducen significativamente.

  • Pan blanco y sobrepeso: el pan blanco y los cereales refinados tienen un índice glucémico alto, menos fibra y menos micronutrientes. Su consumo excesivo se asocia con aumento de peso y mayor riesgo metabólico, especialmente si se combinan con grasas saturadas y azúcares.

Cómo “vestir” los carbohidratos para cuidarnos mejor

Una de las claves para disfrutar de los cereales sin que supongan un impacto negativo en la glucemia o en el apetito es acompañarlos adecuadamente. Esta estrategia, conocida como “vestir” los carbohidratos, (esta cita no es mía sino de la Glucose Goddess – Jessie Inchauspé) consiste en combinarlos con:

  • Proteínas (huevo, queso fresco, yogur natural, hummus, atún, pechuga de pollo, tofu)

  • Grasas saludables (aguacate, aceite de oliva virgen extra, frutos secos, semillas)

  • Fibra (verduras, frutas enteras, legumbres, semillas y frutos secos)

Algunos ejemplos prácticos:

  • Tostada de pan integral con aguacate, huevo pochado y espinacas salteadas.

  • Bocadillo de pan de centeno con hummus, rúcula y pimiento asado.

  • Arroz integral con lentejas, calabaza al horno y una cucharada de aceite de oliva.

  • Pasta integral de trigo duro cocida al dente con abundantes verduras salteadas, gambas y un poco de parmesano.

Estas combinaciones no solo reducen el pico de glucosa postprandial, sino que aumentan la saciedad, mejoran la calidad nutricional del plato y favorecen un perfil metabólico más saludable (Gentilcore et al., 2006; Livesey et al., 2008).

Conclusión: ni demonizar ni idealizar

El pan y los cereales forman parte de nuestra cultura y pueden ocupar un lugar saludable en nuestra dieta si elegimos bien sus formas, cantidades y combinaciones. Como siempre, el contexto, la cantidad y la individualización son clave. Amar el pan no es incompatible con comer con consciencia y conocimiento pero, a lo mejor, tendrás que despedirte de este alimento por completo si tu salud depende de ello ¡y créeme, sobrevivirás!